lunes, 4 de julio de 2011

¿Puede la música hacernos mejores? Aristóteles y el "carácter moral" de la música

Al igual que con Platón, aunque con una valoración enteramente distinta (por positiva), para Aristóteles la música también tiene una importancia moral y, por ende, política; con lo cual no es mero placer o diversión. En la Política el estagirita se plantea justamente analizar

(...) si la naturaleza de la música es más valiosa que la que se limita a la mencionada utilidad [el placer o deleite] y es preciso no sólo participar del placer común que nace de ella, que todos perciben (pues la música implica un placer natural y por eso su uso es grato a personas de todas las edades y caracteres), sino ver si también contribuye de algún modo a la formación del carácter y del alma. Esto sería evidente si somos afectados en nuestro carácter por la música. Y que somos afectados por ella es manifiesto por muchas cosas y, especialmente, por las melodías de Olimpo; pues, según el consenso de todos, estas producen entusiasmo en las almas, y el entusiasmo es una afección del carácter del alma... Y, en los ritmos y en las melodías se dan imitaciones muy perfectas de la verdadera naturaleza de la ira y de la mansedumbre, y también de la fortaleza y de la templanza y de sus contrarios y de las demás disposiciones morales (y es evidente por los hechos: cambiamos el estado de ánimo al escuchar tales acordes), y la costumbre de experimentar dolor y gozo en semejantes imitaciones está próxima a nuestra manera de sentir en presencia de la verdad de esos sentimientos... en las melodías, en sí, hay imitaciones de los estados de carácter (y esto es evidente pues la naturaleza de los modos musicales desde el origen es diferente, de modo que los oyentes son afectados de manera distinta y no tienen la misma disposición respecto a cada uno de ellos).

Política, Libro 8, 1339b43-1340a43.


"La música nos hace mejores". "El cine nos hace mejores". "El arte nos hace mejores". En los tiempos que corren, en que se rechaza el platonismo pero se tiene una necesidad devoradora de dogmatismos prácticos, es muy fácil llenar libros y conversaciones con este tipo de frases bien sonantes. Pero, ¿son frases ciertas?

Estas palabras de Aristóteles en la Política difieren de modo notorio con aquellas otras que expresara en la Poética. Allí, el privilegio de las artes bellas era más bien su no-utilidad (motivo por el cual la arquitectura no era considerada una). Del mismo modo, en lo que respecta a la música, era sólo el aumento en la intensidad del placer lo que le importaba al mencionar su relevancia para la representación trágica; es decir, su rol propiamente melodramático. Pero en el octavo libro de la Política señala que el fin de la música no se limita al deleite. Lo que Aristóteles quiere demostrar en unas pocas líneas es que la música sirve también para la formación del carácter, esto es, que tiene una función pedagógica en lo que atañe a las afecciones del alma. Y sin embargo, ahí está precisamente el problema, pues una cosa es que la música esté fuertemente relacionada con las emociones y los ánimos, y otra distinta que tenga o deba tener una relación más directa con el carácter (ethos), que es algo más duradero y menos espontáneo, y, a través de éste, con la virtud y su excelencia (areté).

Para Aristóteles lo evidente es lo que es por necesidad y que no admite contradicción. Pero lo que aquí es para él evidente, un escéptico no tendría por qué aceptarlo. Podría aceptar, por ejemplo, que al escuchar quizá no las melodías de Olimpo sino más bien las de alguna de las divinidades paganas o demoníacas de alguna música metal, uno de los sentimientos predominantes en el ánimo sea la ira, la violencia que bien caracteriza a sus sonidos y que a veces incluso necesita expresarse también en el "pogo", pero eso no tendría por qué hacer más violentos en sus casas o en sus trabajos a quienes escuchan o tocan esta música. Podría incluso decirse que es más bien ese desfogue lo que los vuelve serenos en otros ámbitos (lo cual sería otro modo de plantear la tesis aristotélica y vincularla con su conocida explicación de la catarsis), pero eso tampoco sería necesariamente cierto. De un modo u otro, siempre se podría ofrecer ejemplos en contra que no confirmarían la regla y que demostrarían en cambio la abisal separación entre el goce estético de la música y el carácter moral de las personas.

Resulta entonces razonable que el escéptico se oponga a toda pretensión por demostrar que la música pueda tener como fin hacernos mejores moralmente. Y así lo hace Sexto Empírico cuando les critica a Platón y a Pitágoras esa pretensión que considera una necedad. No obstante, la postura escéptica no pasa por desconocer de manera absoluta que pueda haber una suerte de vínculo indirecto, meramente por afinidad sensible, entre la música y el carácter moral de las personas. Es Kant quien nos da la pauta al respecto, al señalar en la Crítica de la Facultad de Juzgar que es plausible pensar que un hombre que es especialmente sensible a las bellezas de la naturaleza sea igualmente receptivo con los imperativos de la razón práctica (i.e. de la moral), pero no porque exista un vínculo directo, que el mismo Kant se esfuerza por desbaratar, sino por una simple afinidad indirecta y no necesaria (pues podríamos tener a un tipo especialmente sensible a la belleza que, sin embargo, como un Hannibal Lecter, no se conduzca por imperativos morales). Detrás de tal apreciación está la firme convicción en la autonomía moral del individuo, algo que el escéptico puede en cierta medida compartir (o preferir a una ética idealista), pero aun cuando no acepte una moral desinteresada y objetiva como la kantiana, de todas maneras puede conservar la autonomía que le asegura al arte. La estética adquiere así toda su relevancia no cuando tiene una finalidad moral, que no le es propia, sino cuando más bien la moral misma ha dejado de tener significación y entorpece la vida - de ahí la "estetización" de la filosofía de Nietzsche. Pero ahí mismo es posible plantearle también sus límites: ¿es el arte lo más importante en la vida? Nietzsche pareciera responder que sí, pues es la expresión misma de la voluntad de poder, que es el movimiento mismo de la vida, pero, incluso si se acepta y comparte la doctrina de la voluntad de poder, ahí está el punto: no es la vida misma, y por lo tanto la vida sigue siendo lo más importante. Si hemos abrazado el arte -diría Albert Camus- es porque nos acerca a la vida, a los otros, y lo dejaremos si lo que hace es alejarnos de ellos. Con esto nos distinguimos de ese rezago de dogma romántico que se siente aún en Nietzsche cuando se esfuerza por presentarse como un artista sacrificado por el futuro de la humanidad, o por el destino metafísico que es la voluntad de poder.

Como se comprenderá, lo que está en el fondo en discusión es la relación entre la moral y el arte, con sus respectivos manifiestos a favor o en contra de un arte puro o de un arte comprometido. (Discusión inútil, por cierto.) La posición escéptica, como se ha dicho, es intermedia. Lo es porque, por un lado, comprende perfectamente la importancia del medio físico sobre el que se da la música, y le da su debida importancia en el mismo sentido de lo que decía arriba Aristóteles cuando afirma que la música puede ser escuchada de muy diversas maneras, pero entendiéndolo no sólo por las diferencias anímicas o de personalidad, sino además por todo lo que implican sus contextos (incluyendo si el aire está raleado, por ejemplo). Esa pluralidad de escuchas, que es inconmensurable, es determinante para el escéptico. Por otro lado, si no acepta los mandatos objetivos de la moral (ni siquiera al modo kantiano), la única valoración "moral" que aceptaría sería la de la amistad que se genera en torno al fenómeno musical. Cuando la música suena, se crea un especial vínculo entre quienes la interpretan, la bailan o la comparten, de tal modo que se colocan en una especial situación de apertura hacia el otro, esto a causa del dominio de la sensibilidad, pero ese vínculo es tan impermanente y arbitrario, que sin ninguna justificación podría romperse o no reproducirse fuera de ese espacio, y haría mal quien pretendiese ver allí a un amigo inseparable, un hermano del alma o una fraternidad universal (sea de tipo beethoveniano, o un poco más nacionalista, de corte wagneriano).

Esto mismo se aplica al cine. Salgo de ver la excelente Million Dollar Baby de Clint Eastwood y estoy conmocionado por el tema de la eutanasia que allí trata, pero eso no tiene mayor peso que las ganas que tengo de bailar tras haber visto Moulin Rouge de Baz Luhrmann. Sin duda mi experiencia estética se ha enriquecido y hasta puede darle cuerda a mis interpretaciones filosóficas de los asuntos involucrados, pero no podría decir que la película, por brillante que me haya parecido, me haya cambiado la vida. Sigo siendo yo, y a lo mucho ésta sólo ha activado temporalmente algo que ya había en mí y que es ajeno a la disposición del arte en cuanto tal. Así vistas las cosas, la pregunta adquiere otro tono: ¿Puede el arte hacernos mejores? ¿Puede el arte cambiarnos la vida?... Personalmente al menos, debo confesar que más de una vez una buena película me ha cambiado no la vida pero sí la noche (aunque no precisamente estuviese atendíendo a la película), así como también una buena música ha podido ser determinante para consumar un encuentro inminente. ¿Eso es todo?, ¿podría requerirse más? Hay que recordar siempre que la música y el arte están al servicio de la vida, y no viceversa.


Vía: philoarte.blogspot.com

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